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Bienvenido a mi Blog, en este espacio encontrarás datos e imágenes de invaluable valor histórico de la ciudad de Acayucan, Veracruz. Así como temas que considero son del interés general. Te invito a que expongas ante la opinión pública, narraciones y/o gráficas de sucesos políticos y sociales que enriquezcan nuestra historia local.
Iván Bibiano Landero.

viernes, 27 de febrero de 2015

El Siervo de la Nación.





José María Morelos y Pavón.

      Nació en Valladolid –Hoy Morelia- el 30 de septiembre de 1765, sus padres fueron don Manuel Morelos, que era carpintero y doña Juana Pavón. Murió fusilado en San Cristóbal Ecatepec, Estado de México, el 22 de diciembre de 1815.
       A la edad de treinta años, Morelos dejó la vida de arriero para entrar en calidad de capense –seminarista que tenía que usar una capa negra- al colegio de San Nicolás en Valladolid, del que era rector Don Miguel Hidalgo. Ordenado de presbítero se le confiaron los curatos de Churumuco y Huacana, y después presentándose a concurso, fue nombrado en propiedad cura y juez eclesiástico de Carácuaro y Nucupétaro –región de Tierra Caliente de Michoacán-.
      Siendo cura de Carácuaro se entera que su antiguo rector y los principales jefes del ejército independiente se habían detenido en una humilde casa de San Miguel Charo, Michoacán,  ahí se presentó ante Hidalgo para que lo admitiera en las filas de los insurgentes; Hidalgo y Allende le extendieron un documento que elaboró el secretario José María Chico y Linares, que decía: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Br. D. José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la Costa del Sur levante tropas procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado”. Con el documento y sin solicitar recursos de ninguna especie se dirigió a propagar la revolución, fundándose en la justicia de la causa. Acompañando de un criado, dos trabucos y una escopeta de dos tiros se lanzó el cura a desafiar a los elementos que por espacio de muchos años había aglomerado el gobierno colonial. En Carácuaro armó un ejército formado por veinticinco hombres a quienes armó con lanzas. En Petatlán sorprendió la casa del capitán de milicias, haciéndose de fusiles, ahí se le juntaron más de cien hombres. El cura Manuel Abad y Queipo, obispo de Valladolid, había ya excomulgado a Hidalgo y a todo aquel que se uniera y simpatizara con el movimiento de Independencia. En poco tiempo se hizo de un ejército de más de tres mil hombres y vino a ser el principal eslabón en la guerra de independencia, cuando la ambición nulificó a Rayón. Rayón presidió la Junta de Zitácuaro y se nombró vocal a Morelos, éste desconoció esa Junta ya que Rayón actuaba como representante del rey Fernando VII.
      Morelos nombró al cura Mariano Matamoros y a Nicolás Bravo tenientes de su ejército, mandaba quemar los pueblos que servían al ejército realista y fusilaba a los traidores, mandaba sacar de los conventos el oro y bienes que pertenecía a los españoles y lo destinaba para gastos del ejército, en una ocasión se ordenó fusilar a un capitán de apellido Melgar y a un joven veracruzano apellidado Santa María, por haberse pasado a los realistas cuando habían prometido ser de los insurgentes; en vísperas de casarse este joven, presentó su novia un memorial a Morelos pidiendo la vida del preso, pero el caudillo puso fríamente al calce del escrito : “escoja otro novio más decente”.
      En agosto de 1813 en Chilpancingo, tituló Congreso a la Junta de Zitácuaro ante las rencillas que existían entre Rayón, Sixto Verduzco y José María Liceaga, expidiendo formal convocatoria procurando formar un gobierno que fuera generalmente reconocido. El 13 de septiembre de 1813, ante los miembros de la antigua Junta y los electores de Tecpam fueron reunidos en la parroquia del pueblo, ahí el caudillo Morelos hizo leer por su secretario Juan Nepomuceno Rosains un documento titulado “Sentimientos de la Nación”, en el cual expuso sus opiniones sobre el sistema que convendría adoptar y marcha que había de seguir el Congreso recién constituido; quería que desde luego se declarase que la América era libre e independiente de España y de toda otra nación, gobierno o monarquía, dando al mundo las razones; la religión católica había de ser la única sin tolerancia de otra, sustentándose los ministros con la totalidad de los diezmos, pagando el pueblo tan solo las obvenciones que fueran de su devoción y ofrenda. En política estableció que la soberanía dimanaba inmediatamente del pueblo, el cual quería depositarla en sus representantes, dividiendo su ejercicio en tres ramos; legislativo, ejecutivo y judicial; cuatro años durarían los diputados en sus puestos. No admitía privilegios en cuanto a las leyes generales, y abolía la esclavitud para siempre, así como la diferencia de castas; la propiedad debía ser respetada y el domicilio inviolable; no se había de admitir la tortura, ni dejar subsistentes la alcabala, debían ser confiscados los bienes a los españoles, que debían ser lanzados del país, y no olvidó establecer como ley constitucional la celebración del 12 de Diciembre como consagrado la Virgen de Guadalupe y la solemnización del 16 de septiembre (Grito de Dolores). También fue leída la lista de Diputados (José María Coss por la provincia de Veracruz). Morelos proclamó la República, el 15 de septiembre se reunió el Congreso para nombrar capitán general, recayendo el nombramiento en Morelos, cargo que rechazó alegando ineptitud, el pueblo reunido aclamaba a Morelos y exigió que se le obligara a aceptar el puesto, el caudillo pidió retirarse por dos horas a la sacristía de la iglesia y entre tanto el Congreso resolvió que no era admisible la renuncia y reconoció a Morelos como primer Jefe del ejército y depositario del poder ejecutivo de la administración pública, quedando así nombrado primer presidente. Morelos aceptó con condiciones: Que si venían tropas extranjeras nos e habían de acercar al lugar donde residía el Congreso; que por su fallecimiento había de tener el mando de jefe de mayor graduación; que el Congreso no le debía negar recursos y auxilios sin exceptuar a clase alguna del servicio militar. Prestó el juramento de defender la religión, la pureza de María Santísima, los derechos de la nación americana, y desempeñar lo mejor que pudiera el empleo que ésta se había servido conferirle. El Congreso le dio el título de Alteza que no quiso admitir, dándose él mismo el de “Siervo de la Nación”. Después de ese acto hizo el Congreso la declaración de independencia. La declaración de independencia daba color a la revolución, que desde el principio había dado por sentado que se trataba de separar la colonia de la madre patria, cuyo pensamiento era el de todos los mexicanos. El documento en el que se decretó la independencia fue redactado por Carlos María Bustamante, Diputado por México. Morelos salió de Chilpancingo el 7 de Noviembre para instalar el Congreso en Valladolid, no fue posible debido a la estrategia empleada por Agustín de Iturbide, quien estaba al mando de los realistas. De ahí en adelante ya no contó Morelos sino desdichas y nada pudo contener su ruina. El Congreso huyó de Chilpancingo, su segundo al mando Mariano Matamoros cayó preso y fue fusilado el 3 de febrero de 1914, nombrando a Rosains como sustituto de Matamoros, nombramiento que fue mal recibido por los otros jefes, aflorando las antiguas rencillas entre los miembros del Congreso, quienes mostrando desdén hacia el vencido, despojó a Morelos del ejercicio el poder ejecutivo, pero el Congreso le dejó el mando militar, despojándole del civil. Rosains fue derrotado y el Congreso tuvo que dejar a Tlacotepec en donde estaba guarecido. El 23 de febrero se dispersó el Congreso, Morelos no pudo defenderlo al frente de tan solo trecientos sesenta hombres, la mayoría desarmados. Galeana que se encontraba en la plaza de Acapulco poco pudo hacer por ayudarle y sin Matamoros, ya nada podía hacer Morelos, que regresó con un reducido número de seguidores, refugiándose en Petatlán y luego en Zacatula, en cuyos lugares mandó matar a todos los españoles prisioneros siguiendo el uso bárbaro de sus enemigos de hacer la guerra a muerte con el título de represalias. En Atijo, provincia de Michoacán, se encargó el caudillo de reorganizarse, se dedicó a reclutar gente como en los primeros días de la insurrección, con una escolta de cien hombres. Hermenegildo Galeana cae prisionero y al enterarse Morelos exclamó: “Acabaron mis dos brazos; ya no soy nada”. El Congreso se reunía para para activar la conclusión del Código constitucional, que fue sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1914, firmándolo Morelos como diputado por el nuevo reino de León, y también firmó el Acta de Independencia el 24 de ese mes, siendo ya uno de los miembros el Poder Ejecutivo. Morelos estaba privado de mandar soldados por la categoría que se le dio, fue inutilizado por el Congreso el hombre que había presentado pruebas patentes de aptitud en la campaña y que apenas daba señales de su actividad en medio de una corporación deliberante, tomando el mando militar tan solo en circunstancias determinadas. El Congreso huye de Puruarán al tenerse conocimientos que Iturbide se preparaba para aprehenderlo, refugiándose Uruapam, el 29 de septiembre vuelve a dispersarse dejando una Junta subalterna en la provincia de Valladolid, para que en su ausencia ejerciera todos los poderes, formándola el general Manuel Muñiz, el Lic. Ayala y los señores  Dionisio Rojas, José Pagola y Felipe Carbajal, cuya Junta eligió a Taretán para residir.


La caída del caudillo.

      Los realistas Manuel Villasana y el coronel Manuel de la Concha persiguen a Morelos, quien cae prisionero entre el 4 y 5 de noviembre de 1815 en Temalaca, Puebla. El capitán de realistas de Tepecoacuilco, Matías Carranco, quien antes había servido a las órdenes del mismo Morelos fue quien lo alcanzó y al verle éste le dijo sin alterarse: “Sr. Carranco, parece que nos conocemos”. La captura fue solemnizada en el campo realista con aplausos y dianas, repitiéndose las muestras de entusiasmo donde quiera que llegaba Manuel de la Concha. El prisionero fue llevado por Concha a México, aunque Villasana le disputaba la gloria del combate; el virrey los ascendió a ambos a coroneles, dio un distintivo a Carranco y gratificaciones a la tropa; la marcha fue por Tepecoacuilco, llegando el reo el 21 a las cuatro de la tarde a San Agustín de las Cuevas, cargado de grillos, entre los ultrajes de una soldadesca desenfrenada y en medio del insultante regocijo de los pueblos dominados por el fanatismo religioso, y entró a México en la madrugada del 22, en cuyo mismo día comenzaron las actuaciones, estando nombrados con anticipación los jueces por la jurisdicción unida, siéndolo por la real el subdecano y auditor de la capitanía general Miguel Bataller, y por la eclesiástica Félix Flores Alatorre, provisor del arzobispado; se le hizo saber al reo, preso en las cárceles secretas de la Inquisición, que podía nombrar defensor, y contestando que a nadie conocía le fue señalado por el provisor el Lic. José María Quiles, abogado que no tenía la práctica del foro, y que aún estaba en el Seminario, previniéndole los jueces presentara la defensa en la mañana del 23.
      Más grande que en ninguna otra ocasión muéstrese Morelos al contestar los cargos que se le hicieron: a nadie quiso culpar para salvarse, y ante la tumba mantuvo la dignidad y la firmeza; al cargo de que había promovido la independencia y desconocido a Fernando VII, contestó que, primero, no estaba Fernando en España, y que aunque hubiera regresado, era motivo bastante para desconocerlo el que se hubiera puesto en manos de Napoleón, entregándole la España como un rebaño de ovejas, y que había corrompido su creencia religiosa; a los cargos sobre ejecuciones contestó que él las había dispuesto todas, cumpliendo con las órdenes de la Junta de Zitácuaro, del Congreso de Chilpancingo y en virtud de la ley de represalias; no negó haber dado órdenes para quemar las poblaciones cercanas a las que ocupaban las tropas del gobierno; se reconoció culpable de haber desatendido las amonestaciones del Arzobispo de México Francisco Javier de Lizana, quien emitió el Edicto en el cual se declaró válida y legítima la excomunión decretada por el Obispo Manuel Abad y Queipo; dijo que consideró inválidas las excomuniones lanzadas contra los insurgentes en cuanto a que a una Nación independiente, como la consideraba con los que formaban su partido, no podían imponerlas más que el Papa o un Concilio; sostuvo que no se había creído obligado a obedecer a Sr. Abad y Queipo porque no lo consideraba Obispo, y los males causados por la revolución los atribuyó a que en ésta siempre hay mucho qué lamentar; pero que cuando él entró a ella no creyó que se causasen, y que ya estaba dispuesto a ir a España a ponerse a las órdenes del rey o pasarse a Nueva Orleans o Caracas; aseguró que durante la revolución se había abstenido de decir misa considerándose irregular, y contestó a otros varios cargos aunque no de grande importancia.
      El defensor solamente pidió que no se diera al reo pena capital y se manejó con talento aprovechando las disculpas expuestas por Morelos, presentándolas como errores del procedimiento y aun se apoyó con habilidad en el estado que guardaba España , manifestando que el mismo Fernando desconocía lo que habían hecho las Cortes durante su ausencia y que Morelos tampoco había querido reconocerlas , y concluyó ofreciendo en el nombre del reo, que si se le concedía la vida manifestaría planes con los cuales quedaría pacificado el país; esto y las instrucciones que dio al virrey para la persecución de la guerra con buen resultado, y la intención que dijo había tenido de separarse de la revolución para presentarse al rey, con los pocos actos de debilidad de que dio pruebas Morelos durante su prisión, cuando el aislamiento y el encierro habían debilitado algo su voluntad. El gobernador de la Sala del Crimen y auditor de guerra Miguel Bataller remitió al arzobispo Pedro José Fonte y Hernández Miravete la causa para que el reo fuera degradado y se hiciera entrega de él, lo que el prelado rehusó alegando que también había que imponerle las penas que mereciese, previo el conocimiento judicial del delito; nombrando una Junta eclesiástica fue sentenciado Morelos a la privación de todo beneficio, oficio y ejercicio de orden y a la degradación que había de ejecutar el obispo de Oaxaca y luego entregaría el provisor al reo a la autoridad secular designada anteriormente por el rey.
      La Inquisición presentó el 27 de septiembre en traje de escarnio a Morelos y le hizo veintitrés cargos reducidos a los que ya habían hecho los comisionados de la jurisdicción unida, agregando otros. Se le acusó de haber comulgado cuando se lo impedía la excomunión, que no rezaba el oficio divino, que había enviado un hijo suyo a los Estados Unidos para que se educase en los principios protestantes, y que había tenido conducta relajada, a todo lo cual contestó con fuertes razones; no obstante las cuales el tribunal lo consideró hereje formal negativo, fautor de herejes, perseguidor y perturbador de las jerarquía  eclesiástica, profanador de los Santos Sacramentos, traidor a Dios, al rey y a la patria, y como a tal lo declaró irregular para siempre, depuesto de todo oficio y beneficio, y lo condenó a que asistiera a su auto en traje de penitente con sotanilla y vela verde, a que hiciera confesión general y tomara ejercicios, y para el caso remoto de que se le perdonara la vida, a una reclusión por todo el resto de ella en África, a disposición del inquisidor general con obligación de rezar todos los viernes del año, los salmos penitenciales y el rosario de la Virgen, fijándose en la iglesia Catedral de México un sambenito como a hereje reconciliado. Los diversos cargos fueron hechos por una junta compuesta de todos los teólogos consultores, a la que asistió el comisionado del obispo de Michoacán. El auto público y de Fe fue celebrado en el salón principal del tribunal por los dos inquisidores Manuel de Flores y Matías Monteagudo, el Fiscal del Santo Oficio doctor José Antonio Tirado y Flores, todos los demás ministros y cerca de trescientas personas de lo más selecto de la sociedad mexicana. “Colocados todos por su orden en sus respectivos lugares, los alcaides y secretarios del tribunal sacaron a Morelos de la cárcel secreta por la puerta que anteriormente comunicaba con el salón, vestido con una ropilla o sotana corta hasta la rodilla, sin cuello y descubierta la cabeza en señal del penitente”. La concurrencia acogió al reo con un murmullo de curiosidad impaciente, y sentado Morelos en un banquillo sin respaldo frente al dosel del tribunal, uno de los secretarios leyó el proceso que comprendía la confesión con cargos.
      Terminada la lectura de la causa, dispuso el inquisidor decano que el reo abjurara sus errores e hiciera la protesta de fe, observando en la reconciliación el ceremonial de la iglesia, recibiendo el prisionero de rodillas azotes con varas, dadas por los ministros del tribunal, mientras se rezaba el Miserere, y en seguida se dijo la misa rezada con asistencia del mismo reo. Luego se procedió a la degradación teniendo que atravesar Morelos de un extremo a otro de la sala con sambenito y vela verde, acompañándole algunos familiares del Santo Oficio; bajos los ojos y con pasos mesurados se dirigió al altar, donde, leída la sentencia por un secretario, se le revistió con los ornamentos sacerdotales de que le despojó el obispo de Oaxaca, según el ceremonial de la iglesia; aquél acto conmovió a todos y únicamente Morelos permaneció sereno, no se inmutó y tan solo algunas lágrimas furtivas rodaron por sus mejilla, cuando le restregaron las manos. Concluida la degradación, que por primera vez tenía lugar en México, fue entregado al poder militar que consumó su obra. El coronel Concha fue comisionado por el virrey para formar el proceso, siendo trasladado a la Ciudadela, donde estuvo con grillos y centinelas de vista, custodiándole doscientos soldados del regimiento de Tlaxcala; practicáronse varias diligencias hasta el 1º de diciembre, a nadie comprometió Morelos, que sostuvo siempre no haber hecho la guerra directa al rey, formó una minuciosa relación de los hombres y recursos con que contaba la revolución y aun ofreció formar un plan de las medidas que al gobierno le convendría tomar para la pacificación; se le concedió el que hiciera ejercicios espirituales, formando capilla en la pieza de su prisión, aplazando también al virrey darle la muerte hasta que se sometieran los insurgentes y que aún hostilizaban al gobierno.
      El auditor Bataller había pedido desde el 28 de noviembre que el reo fuera fusilado por detrás como traidor al rey, que se le amputara la cabeza para colocarla en la plaza de México, y la mano derecha en Oaxaca, y que se le confiscaran los bienes. Hasta el 20 de diciembre condenó el virrey a Morelos, de conformidad con el dictamen del auditor, a la pena capital; pero atendiendo a ciertas consideraciones, dispuso que la ejecución fuera en el exterior de la capital; y que no sufriera el cuerpo amputación de ninguna clase, y entonces se dio un nuevo indulto sin restricción alguna.  El coronel De la Concha intimó la sentencia al reo el 21 haciendo que la oyera de rodillas, e hizo llamar al cura Guerrero y otros eclesiásticos para disponerlo a morir; aunque se le dijo que la sentencia sería ejecutada a los tres días, ese jefe le hizo poner en su coche el siguiente día 22 a las seis de la mañana, con el Pbro. Salazar y un oficial, y escoltándolo la división de su mando tomaron el camino de la villa de Guadalupe. Morelos iba rezando diversas oraciones y es especial los salmos “Miserere y “De Profundis” que sabía de memoria; su fervor se encendía en cada plazuela que atravesaban de las varias que hay en el tránsito, creyendo que en algunas de ellas iba a ejecutarse la sentencia, y manifestaba mucho deseo de padecer en este mundo, temeroso de las penas del Purgatorio, aunque confiaba en la misericordia de Dios que sus pecados habrían de ser perdonados. Al llegar a la villa de Guadalupe, quiso ponerse de rodillas, lo que hizo no obstante el estorbárselo los grillos, y habiéndose detenido el coche cerca de la capilla del Pocito, Morelos dijo con serenidad al Pbro. Salazar: Aquí me van a sacar; vamos a morir. Aunque no era el lugar, pues solamente se desayunó y siguieron hasta San Cristóbal Ecatepec, pueblecillo de indígenas oculto entre montes de tierra salitrosa; ahí fue colocado en un cuarto en donde se guardaba la paja y tomó una taza de caldo; rezaba los salmos penitenciales, cuando el sonido de los tambores le anunció que estaban próximos sus últimos momentos; reconciliado con el Pbro. Salazar, se quitó el capote que llevaba, se vendó el mismo los ojos con un pañuelo blanco y atado los brazos con los porta-fusiles  de dos soldados que lo conducían aumentando los grillos su dificultad para andar, fue llevado al recinto exterior del edificio, y habiendo oído que el oficial que mandaba la escolta, haciendo una señal en el suelo con la espada dijo a los soldados hínquenlo aquí, preguntó: ¿aquí me he de incar? Le contestó el Pbro. Salazar sí, aquí; haga usted cuenta que aquí fue nuestra redención, y puesto de rodillas y a la voz del oficial atravesaron cuatro balas por la espalda al hombre más extraordinario que tuvo nuestra revolución por la independencia, y como todavía se movía y quejaba, otras cuatro balas acabaron de extinguir su existencia quedando inmóvil en un lago de sangre. Levantado el cadáver por  el Pbro. Salazar, le hizo vestir con el mismo capote que Morelos se había quitado para el acto de la ejecución, y lo enterró en la parroquia del mismo pueblo, a las cuatro de la tarde, en tanto que en México se publicaba un indulto amplísimo concedido por el virrey, y varias noticias favorables a los realistas que cobraron aliento, pues aunque la reputación de Morelos había decaído después de las derrotas de Valladolid y Puruarán, todavía no se había acabado la nombradía que ganara, como lo probaron el ansia general de verlo y conocerlo y la importancia que dio el gobierno a todos los incidentes del proceso. Tenía Morelos cuerpo pequeño, lleno de carnes, rostro moreno, sus ojos eran de color oscuro y las cejas muy pobladas y unidas, su mirada era viva y profunda; grave y sañudo su aspecto y de carácter frío, no señalaba los aefectos de su alma ni aún se inmutaba en los lances más difíciles de la vida. Modesto y de gran penetración, sabía conocer a los hombres y emplearlos en los ejercicios para que eran aptos; reservado y astuto no confiaba sus planes hasta el momento de ejecutarlos, y a faltas de grandes conocimientos poseía ingenio, agudeza y muchas dotes naturales. Era ameno en su conversación, salpicándola con chistes y cuentecillos graciosos.
      Vivió y murió pobre; hubo una vez que tuviera que vender sus vestidos para el pago de las tropas, y en la revolución perdió los pocos bienes que le habían quedado. Apoyado en sus convicciones marchó lentamente al logro de la independencia; seguro de que estaba en su derecho al usar de represalias, fusilaba calculadamente a los jefes realistas que caían en su poder, y firme en sus ideas religiosas se presentaba con toda tranquilidad en el mayor peligro cuando se había dispuesto como católico. En su escritura se reflejó su primera educación: redactaba de una manera descuidada, usaba frases vulgares –comunes-, palabras de campesinos y latinas, ponía textos de la Escritura en las banderas de sus tropas y daba nombres de santos a los regimientos; su apetito se aumentaba en el peligro, muy afecto a las pistolas llevaba siempre consigo varios pares de ellas, y comúnmente usaba un pañuelo amarrado a la cabeza para evitar los dolores, o una montera negra para resguardarse del aire. Fue hijo amante, hermano cariñoso y cumplido patriota. Verificada la Independencia fue declarado benemérito de la Patria y colocado sus restos mortales en la Catedral de México, al lado de los de los otros héroes, que son nuestro doble orgullo. Actualmente sus restos reposan en el Mausoleo de la Columna de la Independencia.

Extracto del libro: Los Gobernantes de México. José María Morelos y Pavón.
Edit. Citlaltépetl, Amar y Servir a Veracruz.
Autor: Manuel Rivera Cambas.
Prólogo: Leonardo Pasquel.
1964.
600 ejemplares.
Tacubaya, México. D.F.



      Recordémosles siempre para no perder el precioso legado que nos dejaron y sirvan de modelo a nuestro civismo, y de estímulo para imitarlos en cualquier caso de que nuestra Patria se vea amenazada por los extranjeros. También cuando gobiernos y funcionarios retrógradas trasgredan la Ley y los principio de nuestra Constitución, cuando los bienes nacionales sean dilapidados y ofrecidos a los extranjeros en perjuicio de la Nación. Recordémosles cuando los funcionarios se entreguen a los intereses de trasnacionales. Recordémosles cuando los que están en el gobierno y en el poder, apliquen la Ley a su conveniencia y agredan al Pueblo.





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