BIENVENIDO.



Bienvenido a mi Blog, en este espacio encontrarás datos e imágenes de invaluable valor histórico de la ciudad de Acayucan, Veracruz. Así como temas que considero son del interés general. Te invito a que expongas ante la opinión pública, narraciones y/o gráficas de sucesos políticos y sociales que enriquezcan nuestra historia local.
Iván Bibiano Landero.

sábado, 25 de septiembre de 2010

LITERATURA Y POESÍA INDÍGENA. Los Maestros de la Palabra.



El acervo cultural que se conoce de nuestros antepasados es escaso, a los españoles que solo les interesaba dominar a un pueblo guerrero y sustraer sus enormes riquezas hicieron todo lo posible por acabar con la creación literaria de los indígenas, terminaron por imponer sobre los nativos sus costumbres, tradiciones y, de manera cruel y sanguinaria, sus creencias religiosas “predicando el Evangelio con la espada en la mano y derramando sangre”, como dijera el aprendiz de  aventurero Baltazar Dorantes de Carranza. “La conquista española alteró de raíz las formas de vida y pensamiento de los antiguos mexicanos”: Miguel León Portilla.
                El acervo de las comunidades indígenas se transmitió oralmente a las nuevas generaciones, la obra literaria se refugió en los monumentos dedicados a los dioses, festejos y sacrificios; también en el cuauhxicalli de Tizoc, conocida como “piedra de los sacrificios”. Igualmente se conservó en las ceremonias y rituales, y en la escritura conservada de los Códices. La vasta obra literaria, pictórica y escultórica de los indígenas prehispánicos fue destruida por los obispos en los primeros tiempos de la colonización, al corresponderles a éstos la evangelización tomaron el papel rector de la educación, la enseñanza estaba en sus manos. El proceso de transculturación no significó más que sangre y despojo, la tinta roja sustituyó sus propios métodos de comunicación escrita y artística. El contenido de los códices era histórico, calendárico y religioso: En los históricos se conservaba la noticia de los hechos importantes de la comunidad, sus orígenes, sus peregrinaciones, sus genealogías, los hechos en que participó la tribu. Los códices calendáricos tenían un motivo astrológico y cronológico. En ellos se fijaban las fechas de las fiestas religiosas, eran la expresión del tonalamatl (serie de elementos que eran tomados en cuenta para aplicar los nombres a los recién nacidos), servían para establecer los oráculos, para determinar los pronósticos, para fijar el ritual de las ceremonias del culto. Los códices religiosos contenían la representación de los dioses y el atuendo que los caracterizaba. Eran la expresión de la mitología indígena. Además de este tipo de libros había algunos como el Códice Mendocino, que contenía la lista de los pueblos sometidos al gran señor azteca y a los tributos que estaban obligados a pagarle. El Códice Mendocino era una verdadera geografía económica del México prehispánico, y fue de gran valor a los conquistadores para conocer la producción del país que dominaron y fijar a su vez el tributo que debían, en este caso, enterar a la Corona.
                Los códices se pintaban en pieles curtidas de venado, en lienzos de algodón o pita, en papel que se sacaba de la corteza de los amates o árbol de papel; del árbol del hule, del metl o maguey, y de la palma.
                Ahora se conocen formas literarias dentro de la cultura náhuatl. De la literatura maya se conocen libros fundamentales: El Popol Vuh y el Chilam Balam. La historiografía de la cultura prehispánica pudo conocerse por medio de la escritura, las diversas manifestaciones de los demás géneros literarios, la épica, la lírica, el drama, han llegado hasta nosotros sólo por la tradición oral. Los centros principales de realización de la tarea literaria son las ciudades Tenochtitlán, Texcoco, Cuauhtitlán, en lugares vecinos Atzcapotzalco y Tlacopan, además de lugares apartados como Chalco, Huexotzinco y Cholula. Tenochtitlán era la capital señorío náhuatl, emporio de la cultura Mexica. Los misioneros fueron quienes se encargaron de conocer y recoger muchos de los cantares que han llegado hasta nosotros. Las crónicas de los misioneros fue el principal vehículo de la literatura indígena mexicana, en ellas se transmitieron de generación en generación,  los cantos épicos, los relatos y las anécdotas.
                Ligada la religión con todas las actividades del pueblo nahua, la poesía religiosa ocupa un lugar muy importante en la literatura de esta comunidad, esta poesía implica una serie de concepciones  del mundo natural y sobrenatural. La poesía ligada estrechamente al canto y a la danza, formaba parte del culto religioso, era una forma del rito. La primera forma de este culto está ligado a la agricultura y con los elementos que en ella intervienen: el sol, deidad masculina, la tierra femenina, la lluvia, fecundante, unida al símbolo de Tlaloc. Después los hombres cooperaron con los dioses en su acción sobre la tierra: ese alimento se hará por medio del sacrificio humano que ofrece a las divinidades celestes, corazones y sangre para su sostenimiento. El sentimiento religioso está vivo en la poesía indígena que recoge el manuscrito de la Biblioteca Nacional conocido con el nombre de Cantares Mexicanos. En este libro de los Cantares se recogen himnos en honor de Coatlicue, “la diosa madre”, a la que cantan los poetas en sus múltiples aspectos de madre, de guerra, de verdugo, de autora de la vida y de la muerte que acumula en su seno la ternura y el dolor. Hay poemas en honor de Xochiquetzal buscada “por su amante en la hondura del más allá”. Es el sol que busca a su consorte, pero el fin único en hacerla vivir es su hijo el bello dios de la Mazorca, Cinteotl, Cintui, o con arcaísmo poético Centla, Cintla”. En otro cantar se habla del advenimiento del dios juvenil, Macuilxóchitl.
                En otro manuscrito, el de Cuauhtinchan, conocido por Historia Tolteca-Chichimeca, hay poemas que aluden a otras deidades: Ometeotl, suma cualidad en que el mundo es concebido; Teyocoyan, nombre que se da al autor de la vida humana; Tezcatlanextia, nombre correlativo al de Tezcatlipoca. El pueblo nahua tuvo una extraordinaria conciencia histórica, en donde la materia épica ocupó un lugar preferente en la creación literaria de los habitantes del Altiplano, y para el Padre Ángel María Garibay Kintana (historiador mexicano considerado una autoridad en la historia y cultura prehispánica) el cultivo de la épica se realiza en los grandes centros de actividad cultural, habiendo tres ciclos épicos en torno a Texcoco, a Tenochtitlán y a Tlaxcala, comprendiendo este último las actividades de la región de Huexotzinco y Cholula.
Del primer ciclo, el Texcocano, ha podido reconstruir el eminente historiador nahuatlato diversos textos de poemas que en tiempos remotos se narraron o se cantaron. “En primer término, `el poema de Ixtlilxóchitl´ en que se cantan las desdichas de este rey, desde su nacimiento hasta su muerte” “Netzahualcóyotl perseguido” sería el primer grupo de poemas que hablan de las increíbles y fantásticas aventuras del famoso monarca texcocano; las “Andanzas de Ichazotlaloatzin en Chalco”.
El ciclo Tenochca es abundante en documentos y variado en temática. En su libro sobre su épica el P. Garibay informa sólo sobre los siguientes poemas: El Poema de Quetzalcóatl, “que lleva la primacía por su suntuosidad, su largura y su armónica composición”, el Poema de Mixcóatl, que “al parecer formaba parte del anterior, o es una epopeya preliminar; el que relata la “Peregrinación de los Aztecas”, el “Poema de Huitzilopochtli”. Hay otros poemas que se refieren a sucesos que giran en torno a la vida de Moctezuma Ilhuicamina y Moctezuma Xocoyotzin.
El ciclo Tlaxcalteca es el más pobre en documentos. Fragmentos de poemas que a este grupo pertenecen, aparecen incorporados a la “Historia de Tlaxcala” del historiador Diego Muñoz Camargo.
No podía faltar la poesía lírica en este cuadro de producción literaria náhuatl. La lírica, como la épica, sigue procedimientos estilísticos diferentes a los de la poesía occidental europea; las imágenes, metáforas, comparaciones y alusiones que sirvieron de  expresión a los poetas “están tomados en su totalidad del ambiente geográfico e histórico, corresponden al cuadro cultural pura y exclusivamente de los pueblos de la Meseta de Anáhuac. No hallamos siquiera suficientes referencias a cosas de las costas a las selvas del trópico”, dice Garibay.


LOS HUEHUEHTLAHTOLLI.
Floreció entre los mexicanos la prosa didáctica, la prosa histórica y la imaginativa, la primera formó los Huehuehtlahtollila antigua palabra”, escritos antes de la conquista, de contenido moral, fueron recogidas y conservadas por los misioneros y frailes franciscanos Bernardino de Sahagún y Andrés de Olmos, quienes se dieron cuenta que en la cultura indígena había muchos elementos valiosos, dignos de preservarse y aún de difundirse. Los testimonios o antigua palabra contenidos en los huehuehtlahtolli nos demuestra la sabiduría de hombres y mujeres del México indígena, estos mensajes eran transmitidos por padres y madres, maestros y maestras para educar a sus hijos y estudiantes. Testimonios de profunda reflexión son éstos, herencia la más antigua que, proviene del México indígena. En el hogar y en las escuelas se escuchaba la antigua palabra, era ella lección atesorada de quienes ejercían el magisterio en los telpochcalli, “casas de jóvenes”, y en los calmecac, “hileras de casas” para la educación superior, ahí parecía la figura del temachtiani, “el maestro”, cuyos atributos coinciden en muchos aspectos  con los de otro personaje: el tlamatini,”el sabio; el que sabe algo, el que conoce las cosas”.
En los huehuehtlahtolli se han conservado las pláticas del padre al hijo induciéndolo a la bondad y sus respuestas. Los consejos que da la madre a la hija. Las amonestaciones al hijo pequeño y al mancebo antes del matrimonio, en el matrimonio y después de él. Consejos del marido a la mujer. Salutación de los señores o caciques a otros de categoría superior. Conversación de una señora que visita a otra. Plática de los principales de Tlaxcala sobre el gobierno de la ciudad. Razonamiento de un señor a otro en el que pide consuelo sobre algún desastre acaecido. Instrucciones sobre cómo ha de curar el médico a los enfermos.
Todos estos coloquios contienen reglas morales y de urbanidad; recomendaciones sobre el culto a los dioses y veneración a los ídolos. Expresan cómo debe ser el trato que se dé a los padres, a los mayores en edad, superiores, iguales o inferiores  en jerarquía. La veneración que se debe a los viejos y la atención que se imparta a los lisiados y a los enfermos. Se condenan las expresiones lascivas o chocarreras. Se recomienda la modestia en el vestir, en el andar y en el comer y la continencia sexual. Se reprueban los excesos y se exalta la bondad del trabajo que produce bienes y evita la ociosidad. El joven debe ser discreto, cortés, humilde.
Las madres aconsejan a sus hijas  cómo deben atender al hogar, cuidar al marido, ser modestas en el vestir, limpias en el cuerpo y en la acción, obedientes y sumisas con el esposo. Instruyen a las hijas también sobre la conducta que deben observar con los seres que las rodean.

Me permitiré publicar aquí algunos párrafos -tomados de los cuarenta y nueve testimonios que Sahagún obtuvo de los indígenas-, obtenidos por un servidor, del libro HUEHUEHTLAHTOLLI, TESTIMONIOS DE LA ANTIGUA PALABRA, de Miguel León-Portilla y Librado Silva Galeana:

He aquí el primer fragmento traducido del náhuatl, en donde se ofrece las palabras del padre a su hijita, llegada ya a la edad de reflexión. Delante de su madre, frente a las imágenes de los dioses tutelares, así se dirigía el padre a su niña:

Aquí estás, mi hijita, mi collar de piedras finas, mi plumaje de quetzal, mi hechura humana, la nacida de mí. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen.
Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubiera estado dormida y hubieras despertado.
Mira, escucha, advierte, así es en la tierra: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo vivirás aquí por poco tiempo? Dicen que es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espantosos conflictos, mi muchachita, palomita, pequeñita…
Ahora es buen tiempo, todavía es buen tiempo, porque todavía hay en tu corazón un jade, una turquesa. Todavía está fresco, no se ha deteriorado, no ha sido aún torcido, todavía está entero, aún no se ha logrado, no se ha torcido nada. Todavía estamos aquí nosotros (nosotros tus padres) que te metimos aquí a sufrir, porque con esto se conserva el mundo. Acaso así se dice: asó lo dejó dicho, así lo dispuso el Señor Nuestro que debe haber siempre, que debe haber generación en la tierra…
He aquí otra cosa que quiero inculcarte, que quiero comunicarte, mi hechura humana, mi hijita: sabe bien, no hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No les eches polvo y basura, no rocíes inmundicias sobre su historia: su tinta negra y roja, su fama…
No como si fuera en un mercado busques al que será tu compañero, no lo llames, no como en primavera lo estés ve y ve, no andes con apetito de él. Pero si tal vez tú desdeñas al que puede ser tu compañero, el escogido del Señor Nuestro. Si lo desechas, no vaya a ser que de ti se burle, en verdad se burle de ti y te conviertas en mujer pública…
Que tampoco te conozcan dos o tres rostros que tú hayas visto. Quienquiera que sea tu compañero, vosotros, juntos tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agárrate de él, cuélgate de él, aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo un águila, un tigrito, un infeliz soldado, un pobre noble, tal vez cansado, falto de bienes, no por eso lo desprecies.
Que a vosotros os vea, os fortalezca el Señor Nuestro, el conocedor de los hombres, el inventor de la gente, el hacedor de los seres humanos.
Todo esto te lo entrego con mis labios y mis palabras. Así, delante del Señor Nuestro cumplo con mi deber. Y si tal vez por cualquier parte arrojas esto, tú ya lo sabes. He cumplido mi oficio, muchachita mía, niñita mía. Que seas feliz, que Nuestro Señor te haga dichosa.

  Así concluye la amonestación que da el padre a su hija. Terminada ésta, toca entonces hablar a la madre. Sus palabras hablan ya muy alto del nivel intelectual y moral en que se movía la mujer náhuatl que era capaz de pronunciar esas palabras para amonestar a su hija:

Tortolita, hija mía, niñita, mi muchachita. Has recibido, has tocado el aliento, el discurso de tu padre, el señor, tu señor.
Has recibido algo que no es común, que no se suele dar a la gente; en el corazón de tu padre estaba atesorado, bien guardado.
En verdad que no te lo dio prestado, porque tú eres su sangre, tú eres su color, en ti se da él a conocer. Aunque eres una mujercita, eres su imagen.
Pero sólo te diré algo, así cumpliré mi oficio. No arrojes por parte alguna el aliento y la palabra de tu señor padre.
Porque son cosas preciosas, excelentes, porque sólo cosas preciosas salen del aliento y la palabra de nuestro señor, pues en verdad el suyo es lenguaje de gente principal.
Sus palabras valen lo que las piedras preciosas, lo que las turquesas finas, redondas y acanaladas. Consérvalas, haz de ellas un tesoro en tu corazón, haz de ellas una pintura en tu corazón. Si vivieras, con esto educarás a tus hijos, los harás hombres; les entregarás y les dirás todo esto.

Vienen luego los consejos específicos. La madre enseña a su hija cómo ha de hablar, describe luego el modo de caminar propio de una doncella, su modo de mirar, de ataviarse, de pintarse, etc. Cita, como lo hizo ya el padre, la doctrina de los tiempos antiguos:

 Mira, así seguirás el camino de quienes te educaron, de las señoras, de las mujeres nobles, de las ancianas de cabello blanco que nos precedieron. ¿Acaso nos lo dejan dicho todo? Tan sólo nos daban unas cuantas palabras, poco era lo que decían. Esto era todo su discurso:
Escucha, es el tiempo de aprender aquí en la tierra, ésta es la palabra: atiende y de aquí tomarás lo que será tu vida, lo que será tu hechura.
Por un lugar difícil caminamos, andamos aquí en la tierra. Por una parte un abismo, por la otra un barranco. Si no vas por en medio, caerás de un lado o del otro. Sólo en el medio se vive, sólo en el medio se anda.
Hija mía, tortolita, niñita, pon y guarda este discurso en el interior de tu corazón. No se te olvide; que sea tu tea, tu luz, todo el tiempo que vivas aquí sobre la tierra…
Sólo me queda otra cosa, con la que daré fin a mis palabras. Si vives algún tiempo, si por algún tiempo sigues la vida de este mundo, no entregues en vano tu cuerpo, mi hijita, mi niña, mi tortolita, mi muchachita. No te entregues a cualquiera, porque si nada más así dejas de ser virgen, si te haces mujer, te pierdes, porque ya nunca irás bajo el amparo de alguien que de verdad te quiera…
A nuestros antepasados, a los señores a quienes debes el haber nacido, les crearás mala fama, mal renombre. Esparcirás polvo y estiércol sobre los libros de pinturas en los que se guarda su historia. Los harás objeto de mofa. Allí acabó para siempre el libro de pinturas en el que se iba a conservar tu recuerdo.
Ya no serás ejemplo. De ti se dirá, de ti se hará hablilla, serás llamada: “la hundida en el polvo”. Y aunque no te vea nadie, aunque no te vea tu marido, mira, te ve el Dueño del cerca y del junto (Tloque-Nahuaque)…

 
La conclusión de este discurso es una última exhortación, expresando el deseo de que el Dueño del cerca y del junto conceda calma y paz a la muchachita, la niñita pequeñita, para que por su medio los viejos, sus antepasados, alcancen gloria y renombre:

Así pues, mi niña, mi muchachita, niñita, pequeñita, vive en calma y en paz sobre la tierra, el tiempo que aquí habrás de vivir. No infames, no seas baldón de los señores, gracias a quienes has venido a esta vida. Y en cuanto a nosotros, que por tu medio tengamos renombre, que seamos glorificados. Y tú llega a ser feliz, mi niña, mi muchachita, pequeñita. Acércate al Señor Nuestro, al Dueño del cerca y del junto.


Los textos recogidos por Olmos y Sahagún comenzaron a difundirse y apreciarse desde el siglo XVI.   
*Con el fin de que acercar los textos completos de estos bellísimos consejos y pláticas de nuestros antepasados originales a quienes me lo soliciten, solo tienen que solicitármelos vía correo electrónico (ivanbibianolandero@gmail.com) y con mucho gusto les hago llegar, por ese mismo medio, una copia escaneada del ejemplar editado por la Secretaría de Educación Pública, transcripción del texto náhuatl y traducción al castellano, autoría del maestro Miguel León Portilla.

Además de los textos contenidos en los Huehuehtlahtolli, se encuentra el manuscrito 2 de la Biblioteca Nacional de París, conocido con el nombre de Unos Anales Históricos de la Nación Mexicana, de autor anónimo redactado hacia el año de 1528. Este documento contiene una alfabetización de los antiguos “libros de los años” Xiuhamatl, en que notaba la fecha, el hecho, las circunstancias de él en forma rudimentaria y de una colección de relatos orales transmitidos de generación en generación. Estos relatos están concebidos unos en prosa, que sirven de ayuda a la memorización y otros en verso, verdaderos poemas históricos.
Después del manuscrito de 1528 hay que considerar el conocido con el nombre de los Anales de Cuauhtitlán, su redacción se ha fijado en el año de 1570 y contiene: anales alfabetizados, papeles de genealogías y linderos, libros de dinastía y tributos. Además de estas dos fuentes importantes para el conocimiento de la historia prehispánica, se citan la Historia Tolteca-Chichimeca, la Crónica Mexicayotl, los Anales de Tecamachalco, el manuscrito de 1576, llamado Códice Aubín, la tercera parte del manuscrito de Cuauhtitlán.
La prosa imaginativa está representada en los relatos de carácter místico que ha llegado hasta nosotros: La Leyenda de los Soles, llamados así por Del Paso y Troncoso, y contenida en el manuscrito de 1558, y que constituye la parte tercera del manuscrito de Cuauhtitlán.
La literatura maya presenta dos ejemplares de primera importancia de prosa mística, histórica y didáctica. El libro de Chilam Balam de Chumayel y el Libro del Consejo o Popol Vuh.
El primero es, según Antonio Médiz Bolio, que lo ha traducido del idioma maya al castellano, el más importante de los códices, propiamente Manuscritos mayas,  que hasta hoy se conocen y es una sucesión de textos de diferentes épocas y estilos. Generalmente se ha tenido como compilador de ellos a un indio instruido llamado don Juan José de Holf, natural y vecino de Chumayel, en Yucatán. La última parte del Manuscrito consiste, principalmente, en la transcripción de las “profecías” atribuidas al sacerdote Chilam Balam y a otros. Del nombre de este sacerdote Chilam Balam han tomado el suyo los manuscritos mayas que, vulgarmente son llamados desde hace mucho tiempo Libros de Chilam Balam. Fue encontrado en el pueblo de Chumayel a mediados del siglo XIX.
El Libro del Consejo, Popol Vuh o Popol Vuj, fue conservado por tradición oral, reducida más tarde a una narración escrita en caracteres latinos; pero en lengua quiché, de la familia maya, por un sacerdote que reunió tradiciones mitológicas, fábulas y datos históricos. “Consérvense en él fragmentos de la cosmogonía, religión, mitología, tradiciones de las emigraciones e historia de los quichés, que eran con mucho el pueblo maya más poderoso de las tierras altas del mediodía”.  Se ha pretendido identificar al autor de la versión con Diego Reynoso, autor de un vocabulario impreso en México. El manuscrito fue descubierto a fines del siglo XVII por Fray Francisco Ximénez, quien al conocer el manuscrito lo tradujo, terminando la versión antes de 1721 e incluyéndola  en su Crónica de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala.

Bernal Díaz del Castillo, quien fuera soldado de Hernán Cortés, se convirtió en el más destacado de los historiadores de las expediciones durante la Conquista, en sus historias narra con estilo rudo, pero pintoresco, los trabajos inauditos de los soldados para sojuzgar las tierras mexicanas. Bernal Díaz terminó su Historia, la del sojuzgamiento del imperio azteca a edad avanzada, en 1568. Se encontraba pobre,  lleno de hijos y nietos e hijas por casar, en la ciudad de Santiago de Guatemala, de donde era regidor. Su historia se enriqueció cuando cayeron en sus manos las crónicas de los soldados castellanos López de Gómara, de Paulo Giovio  y las de Gonzalo de Illescas. Fray Alonso Remón, cronista de la orden de la Merced, fue el primero en publicar la Historia de Díaz del Castillo, a través de un manuscrito enviado a Madrid. Fray Gabriel Adarjo continuó la publicación apareciendo la primera edición en 1632, con ligeras interpolaciones que pueden atribuirse al celo del Padre Remón, por hacer partícipe a la orden mercedaria de los primeros pasos de la catequización de México.  Excelente edición y más fiel es la publicada en 1904 por Genaro García. Puesta al día  y con excelente prólogo de Joaquín Ramírez Cabañas, la Historia de Bernal Díaz publicada por la Editorial Robredo, en 1939, supera a las anteriores. Esta obra contiene, además de la descripción de las cosas mexicanas, el paisaje, el ambiente y los hombres que poblaban estas tierras, además de que contiene un alto valor literario –aunque no fue escrita en México, ni su autor es mexicano- en la cultura mexicana.
Otras publicaciones importantes en donde se aprecia la literatura indígena posteriores a la conquista son: La Historia General de las Indias y Destrucción de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas (1552); Las Relaciones y la Historia Chichimeca, de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl; Crónica Mexicana, de Hernando de Alvarado Tezozómoc; Historia de Tlaxcala (1892), de Diego Muñoz Camargo; Tratado de caballería a la gineta y brida,  Libro de albeitería, y el Tratado de los indios y su conquista, de Juan Suárez de Peralta; la Gramática y el Confesonario, de Fray Alonso de Molina; la Doctrina Cristiana en lengua Mexicana, por Fray Pedro de Gante; la Doctrina breve y muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica, de Fray Juan de Zumárraga.
 De las publicaciones en donde se dedicaron a historiar los sucesos anteriores a la conquista en crónicas –a veces ingenuas, a veces enfadosas, algunas interesantes- se pueden mencionar: Historia General de las cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún; Historia de las Indias de Nueva España, de Toribio de Benavente (Motolinia); Monarquía indiana, de Juan de Torquemada; Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme, por Fray Diego Durán; Historia Eclesiástica Indiana, de Jerónimo de Mendieta.
En el año 1553, el editor Esteban Martin instala la primera prensa en América, siendo Escala espiritual para llegar al cielo de San Juan Clímaco, vertida al castellano por Fray Juan de Estrada, la primera obra impresa  en México.  La viuda e hijos del impresor alemán Juan Cromberger obtienen en 1542 el privilegio del Rey Carlos I, para monopolizar en la Nueva España la imprenta y la venta exclusiva de libros en un ciento por ciento de ganancias, asociados en este negocio con el editor Juan Pablos.
José Torres Revello consigna en su obra El libro, la imprenta y el periodismo en América (Buenos Aires, 1940) que el primer libro que se imprimió en América,  -del editor Juan Pablos-, fue la breve y más compendiosa doctrina en lengua mexicana y castellana, de Fray Juan de Zumárraga, en 1539.
La impresión de los libros debía ser autorizada por el Ordinario –Obispo- y los privilegios confirmados por el Virrey, como consta en las hijas preliminares de los libros así como los pareceres de los censores y de los inquisidores en su caso. El primer libro que ostenta las licencias al principio es el Arte de la lengua mexicana de Fray Maturino Gilberti, impreso en 1558. Revello dice en su libro publicado en 1940, que “de 1539 a fines del siglo XVI aparecen en la Nueva España algo más de ciento setenta y cuatro obras y unas sesenta sin fecha o de existencia dudosa” (op. cit., pág. 143).
En el curso del siglo XVI, se establecieron otros talleres de imprenta que hicieron de la ciudad de México un centro editorial de primera importancia para la época, como los de Antonio de Espinosa, Pedro Ocharte, Pedro Balli, Antonio Ricardo, Melchor Ocharte, Henrico Martínez y Luis Ocharte Figueroa. En el mismo siglo aparecieron obras de lingüística indígena, de derecho como el Cedulario de Puga, de Medicina, como la Opera medicinaría de Bravo, y el Tratado breve de medicina de García Farfán, la Dialéctica de Fray Alonso de la Veracruz; las de Arte militar y náutica de García de Palacio, los Diálogos de Cervantes de Salazar, el Túmulo Imperial que describe las honras fúnebres a Carlos V en la Capilla de San José de los Naturales. Además de las Artes de las diversas lenguas debidas a la diligencia de Fray Alonso de Molina, Jorge de Alvarado, Fray Juan de Córdoba, Fray Maturino Gilberti, Las Ordenanzas de Mendoza y el Cedulario de Puga, amén de relaciones ocasionales como las del terremoto de Guatemala o las exequias de Felipe II.
Por los mismos tiempos en que se fundaba la imprenta, establecíanse los primeros planteles educativos en la Colonia, como el de San Francisco de México, dirigido por el lego flamenco Fray Pedro de Gante, dedicándose únicamente a la enseñanza de los niños, en donde la enseñanza religiosa ocupaba un lugar preferente. En 1536 Fray Juan de Zumárraga establece el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, Antonio de Mendoza funda también el Colegio de San Juan de Letrán, para niños mestizos que llevaban vida precaria en la ciudad. A estas escuelas se sumaron pronto las escuelas de carácter privado destinados a los niños criollos y servidas por maestros españoles. En 1551 es establecida la primera Universidad de la ciudad de México, concediéndosele el título de Pontificia y otorgado el patronato de ella a los Reyes de España por el Papado, iniciando sus cursos en 1553, instruyéndose cátedras de Teología, Escritura, Cánones, Decreto, Instituta, Leyes, Artes, Retórica, Gramática y más tarde, Medicina Mexicana y Otomí.
A la llegada de los jesuitas a la Colonia (1570), se fundan numerosas escuelas, en los colegios de la Compañía de Jesús –Orden Religiosa cuyos miembros son conocidos como jesuitas- nacieron las primeras muestras de las representaciones dramáticas en la colonia. La literatura clásica fue cultivada, de preferencia, en los claustros de la Compañía, produciendo con el tiempo, excelentes latinistas. Entre las escuelas que fundaron se encuentra El Colegio de San Ildefonso. Al finalizar el siglo XVI la Compañía tenía establecidas casas de estudio en Pátzcuaro, Valladolid, Oaxaca, Puebla, Veracruz y Guadalajara.   El Dr. Francisco Rodríguez Santos, tesorero de la Iglesia Metropolitana funda en la ciudad de México el Colegio de Santa María de Todos los Santos (1573), y con el tiempo este colegio obtiene los privilegios de Colegio Mayor.
En esta segunda mitad del siglo XVI, don Francisco Cervantes de Salazar, quien era profesor de la Universidad y canónigo de la Catedral escribió Crónica de Nueva España y Túmulo Imperial, asimismo, al finalizar este siglo, destaca en la Colonia la poesía y obras novelistas de los españoles  Gutierre de Cetina, de Eugenio Salazar de Alarcón, Juan de la Cueva, Mateo Alemán, Bernardo de Balbuena, Luis de Belmonte Bermúdez, Florián Palomino Fernando de Cordoba y Gregorio López Bocanegra, entre otros. Más de trescientos poetas cuanta Balbuena como existentes en México al finalizar el siglo XVI. En una frase muy conocida del poeta y dramaturgo novohispano Fernán González de Eslava, dice que “hay más poetas que estiércol”.  
Ya los hijos de los conquistadores cultivaban con empeño la poesía. El primer poeta nacido en México Colonial es, probablemente, Francisco de Terrazas, hijo del conquistador del mismo nombre, compañero de Cortés, su mayordomo, persona prominente, según Bernal Díaz del Castillo y Alcalde Ordinario de la Ciudad de México, hombre de “calidad señor de pueblos” según Moya y citado por Cervantes en La Galatea. Poetas y novelistas destacados hijos de conquistadores también -que no todos nacieron en México- , lo fueron Antonio de Saavedra Guzmán (criollo), Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Martín Cortés (hijo de Hernán), González de Eslava, entre otros.
Durante la época virreinal, fue abundante la cosecha lírica religiosa, en el siglo XVI, la inquietud espiritual, que se manifestaba en Europa –Reforma Protestante en Alemania-, se refleja en la literatura mexicana, el Santo Oficio, apenas instalado, recibe denuncias de los poetas que han expresado ideas que se estiman sospechosas, como sucede con las décimas de Fernán González de Eslava proponiendo el dilema sobre la Ley antigua de que “si es fácil explicar por qué la dio Dios y si es buena, tampoco resulta claro cómo dejó de serlo”, también se vieron objeto de presiones y castigos de la Inquisición Católica poetas como Pedro de Ledesma, Francisco de terrazas, Pedro de Trejo, Juan B. Corvera y quizá el proceso inquisitorial más sensacional y despiadado, sin duda, de todos los incoados por el Santo Oficio, es el del portugués Luis de Carbajal y de la Cueva, torturado y asesinado, varios de sus familiares corrieron la misma suerte. Carbajal radicaba en la zona de la Huasteca, hoy Pánuco, Veracruz; murió a consecuencia de las heridas causadas mientras espera la deportación de la Nueva España.
La sátira picaresca se enriquece (S. XVI) en la Colonia a través de la poesía del sevillano Mateo Rosas de Oquendo.  Sus sátiras fueron publicadas en la obra Capítulos de Literatura Española, del poeta y narrador mexicano Alfonso Reyes Ochoa, en 1939.
En este siglo, los misioneros encontraron en las presentaciones de dramas religiosos que se llevaban a cabo en los patios de los conventos y atrios de las iglesias, el medio más eficaz para introducir en los indígenas las doctrinas cristianas. Estas representaciones o farsas consistían en que los indios ataviados según el personaje, representaban  en lengua mexicana, paisajes de la Escritura y nunca se omitía el auto del ofrecimiento de los Reyes Magos al Niño Dios, en el día de la Epifanía; festividad que los niños consideraban como suya propia, por ser la de la vocación de los gentiles de la fe. Vemos aquí el nacimiento de las pastorelas en la Nueva España. Estas representaciones se realizaban los domingos, después del sermón, la redacción de las obras que se ejecutaban eran encargadas a los indios doctos, correspondiéndole luego a los frailes las adaptaciones y correcciones. El historiador y nahuatlista Francisco del Paso y Troncoso, quien nació en Veracruz, hace notar en su publicación Adoración de los Reyes Magos, “que las representaciones primitivas se mezclaron con las ceremonias y rituales de la iglesia”. La música y el baile se agregaban a la parte mímica o hablada; había, pues, danzas y coros que rompían el monótono desarrollo de la acción y que significaban, además, una concesión a los viejos espectáculos de la época de la gentilidad.
Graves desafueros debieron cometerse en las citadas representaciones, cuando el obispo Fray Juan de Zumárraga las prohibió en términos violentos y el tercer Concilio Mexicano tuvo para ellas muy serias prevenciones haciéndolas salir, desde luego, del recinto de la iglesia y sujetando los libretos a la censura muy severa del Ordinario.
El desarrollo de la Nueva España fue muy rápido en el siglo XVII, el progreso material fue patente. Se substituyeron las viejas casas con aspectos de fortalezas por otras mejor acondicionadas para la vida. Las modestas iglesias y capillas primitivas fueron substituidas por espaciosos y soberbios templos de tezontle y cantería labrada por hábiles artesanos indígenas. La primitiva iglesia metropolitana, levantada por los franciscanos, se derruía para levantar las majestuosas construcciones que admiramos ahora.
Criollos y mestizos se aplicaban, particularmente, al cultivo de las letras y de las artes. En este siglo, debe mencionarse a uno de los más grandes ingenios que ha producido  el suelo mexicano, Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, uno de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro español. En vida fue blanco de las burlas de tan preclaros ingenios como Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Antonio Mira de Amescua, más por sus corcovas –era jorobado- que por su talento. Publicó dos volúmenes de sus comedias, uno en 1628 con ocho piezas dramáticas y otro, la segunda parte, en 1634, con doce. Se le atribuyen algunas más.
En este siglo tienen también, certámenes, justas y torneos literarios importantes que premiaba la Universidad de México, el Cabildo o loas congregaciones religiosas. He aquí algunos certámenes que se efectuaron en el siglo XVII: en 1618 en honor de la Inmaculada Concepción; en 1663 por la canonización de San Pedro Nolasco; en 1665 para conmemorar la restauración del templo de la Concepción; en 1673 por la dedicación del templo de San Felipe de Jesús en el convento de Capuchinas; en 1672 por la canonización de San Francisco de Borja; en 1682 en honor de la Purísima Concepción, reseñado por el literato e historiador mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora en su Triumpho Parthénico, el más importante por el grupo de poetas que en él intervinieron.  Aparecen también, a principios de este siglo, publicaciones importantes, como Repertorio de los tiempos y historia natural desta Nueva España, este sabio cosmógrafo alemán fue el director de las obras del desagüe del Valle de México; el padre Matías de Bocanegra, de alto ingenio poético publica Canción famosa a la vista de un desengaño; destacan también poetas como Juan de Arriola, Francisco José de Soria, Manuel Antonio Valdés, José Manuel Colón y Tomás Cayetano de Ochoa.
Sor Juana Inés de la Cruz llena con su fama el último tercio del siglo XVII. Gran Poetisa, la primera y más grande de su tiempo. Su nombre original es Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana. La curiosidad científica avasalladora es la primera cualidad que distingue a esta mujer extraordinaria. Ingresa al convento de Santa Teresa y luego al de San Jerónimo. La impulsa a entrar en religión el pensamiento de que en este estado pueda consagrarse más holgadamente a sus estudios. La celda del convento de San Jerónimo se colma muy pronto de instrumentos matemáticos, cosmográficos y músicos; recurren  los sabios a la monja en consulta; su fama se extiende por todo el virreinato, salva las fronteras y llega a España. Ambiciona saber más y más cada día. Sus conocimientos en teología, filosofía, ciencias o artes, no la satisfacen, no llenan la hondura de ese pozo profundísimo que es su espíritu. Un buen día se deshace de todo. Vende sus libros, sus instrumentos y con sólo unos cuántos volúmenes devotos y unas disciplinas se consagra, por entero, al servicio de Dios. Muere en 1695, cuando una epidemia invade la ciudad. Por sus actos y sus comedias pertenece Sor Juana Inés de la Cruz al grupo de autores que tienen por guía al poeta y dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca, con don Calderón tiene Sor Juana puntos de contacto en lo barroco.
En el siglo XVII destaca también la poetisa doña María Estrada Medinilla, precursora de sor Juana, natural de México, escribió, entre otras publicaciones, un soneto a los “Desagravios del Pbro. Lic. Conchero Carreño y con una glosa en el certamen universitario a la inmaculada en 1654”.
Florece en ese siglo, con singular exuberancia la poesía religiosa, destacando el Poema de la Pasión, anónimo publicado en parte por Alfonso Méndez Plancarte en sus Poetas Novohispanos
Desde una celda del convento de Corpus Christi, Sor Sebastiana Josefa de la Trinidad expresaba su experiencia mística en unas Cartas en los cuales manifiesta a su confesor las cosas interiores y exteriores de su vida.

Cuando Sor Sebastiana de la Santísima Trinidad se recobraba de los horribles tormentos con los que el demonio le oprimía todo el cuerpo, de manera que llegó algunas veces a faltarle la respiración y quedar casi sofocada […] pareciéndole que todos los huesos se los desmigajaban en menudos pedazos, […] se postraba a dar gracias a su dulce Esposo del beneficio recibido en padecer aquello poco y verse libre del tormento; aunque con sed de padecer otros.
Si el enemigo era el cuerpo, todos los tormentos del demonio, más que una desgracia, representaban una bendición. De ahí que el instrumento más poderoso que le quedara al demonio para arrastrar a las almas al infierno fuera el despertar en ellas deseos halagadores de los sentidos. En una ocasión en que Sor Sebastiana Josefa vio la “espantosa figura del demonio”  en forma de una fiera bestia muy grande y descomunal, no fue su mayor pena el verlo en cuanto el modo en que lo vio, porque estaba enteramente desnudo, indeciblemente deshonesto y torpe. Causóle esto a la casta Madre y a sus honestos ojos angustias mortales y congojas increíbles, las que le aumentaron después con exceso, porque se llegó la torpísima bestia y tomando entre sus fieros brazos el cuerpo de la Madre Sebastiana, lo apretaba con tanta furia […] que pensó quedar allí sofocada. Así estuvo atormentándola largo espacio, hasta que la dejó [...] arrojándola con […] desprecio.

Una  de las obras maestras de la lírica colonial se debe a la inspiración del religioso y filólogo novohispano Fray Miguel de Guevara, que ejerció su ministerio en Michoacán en la primera mitad del siglo XVII. Lingüista y conocedor de las lenguas náhuatl, tarasca y matlazinga, su poesía No me mueve, mi Dios, para quererte” es una joya de la litratura española.
Heterodoxo también, por lo menos perseguido por la inquisición, fue otro misterioso personaje, Guillén de Lampart o Lámport, quien escribió su lírica parte en castellano y parte en latín. Gabriel Méndez Plancarte publicó en 1948, D. Guillén de Lámport y su Regio Salterío, manuscrito inédito de 1655. De origen irlandés, Guillén es encarcelado por el Santo Oficio cuando se traslada a la Nueva España con el espíritu independentista, sus poemas castellanos –reducidos a seis- son,  según Méndez Plancarte, mucho menos importantes y valiosos que los latinos. Como buen poeta latino están presente en la obra del irlandés: Virgilio, Horacio y Ovidio.
El obispo batallador don Juan de Palafox y Mendoza, además de su obra Varón de deseos (1762), recorre en las tres más clásicas de la místicas: la purgativa, la iluminativa y la unitiva. Viene a ser un brote tardío en la Nueva España de la gran mística florecida en el XVI en Castilla. Extraño es que en la época barroca, Juan de Palafox se mantuviera fuera del ambiente que respiraban todos los hombres y las mujeres del siglo XVII.
Tres figuras alcanzan cierto relieve en este siglo, el bachiller Arias de Villalobos, nacido en Jerez de los Caballeros, quien vino a México muy joven, se ordenó presbítero, escribió comedias y poesías de ocasión, se distinguió principalmente por su “Canto intitulado Mercurio” en el que en 233 octavas describe la ciudad de México. Bernardo de Balbuena, también radicado en México desde muy joven, se destacó con “Grandeza Mexicana” Luis de Sandoval Zapata, natural de México, floreció en la segunda mitad de siglo VXII, escribió Panegírico de la paciencia, un Romance de la degollación de los Avilas y varios sonetos que envió a diversos certámenes.
Hay que citar también a otros poetas destacados y que contribuyeron al florecimiento de la literatura mexicana: Luis de Verrio, Diego González de Contreras, Juan Rodríguez de Abril, Pedro de Marmolejo, Juan Ortiz de Torres, Francisco Corchero Carreño, Diego González de Contreras, Ambrosio Solís de Aguirre, Fray marcos Chacón, Dr. Pedro Sariñana, Dr. Juan de la Llana, Antonio de Ugalde, Pbro. Diego de Rivera, José de Valdés, Nicolás de Guadalajara, Miguel de Castilla, Francisco de Castro, Pbro. Ignacio de Santa Cruz Aldama, Pbro. Juan de Guevara quien colabora con Sor Juana en  la comedia “Amor es más laberinto”, Eusebio Vela y Francisco de Azevedo, éstos dos últimos escribieron comedias. Fueron también contemporáneos de Sor Juana, el Dr. Ignacio Diez de la Barrera, Diego de Sigüenza y Figueroa, los presbíteros Antonio Delgado y Buenrostro; José López de Avilés, Juan de Almazán, Ambrosio F. de Montoya y Cárdenas, Juan de la Anunciación y otros que participaron en los certámenes literarios de la época.
La novela de México parece tener un antecedente en los Sirgueros de la Virgen sin pecado original, fábula pastoril compuesta en 1620 por el Br. Francisco Bramón, cancelario de la Universidad y poeta mariano en el certamen dedicado a loar a la Inmaculada Concepción en 1654.
En 1624 publica en Madrid Juan Izquierdo unas Novelas Morales compuestas en México. También hay que mencionar la Vida de Gregorio López de Francisco Losa y La crónica de la orden de San Francisco de Fray Alonso de la Rea, publicada en 1634 y la Palestra historial, de Fray Francisco Burgoa.
En la oratoria sagrada se distinguen Fray Juan de Cepeda y Juan Bohorques, así como Juan Diez de Arce.
El predominio del barroco continúa durante la primera mitad del siglo XVIII en franco declive hacia la decadencia que se manifiesta por la exageración y la pedantería. No queda nada de sentimiento en los poetas que cultivan las letras. Cubren la carencia de ello con la gárrula palabrería de un lenguaje cada vez más intrincado e ininteligible. La segunda mitad de este siglo apunta al nuevo humanismo que tiene por expresión las obras de los jesuitas. Este humanismos e caracteriza fundamentalmente: 1. Por la importancia que vuelven a tener en los colegios los estudios basados en el conocimiento del griego y del latín; 2. Por la exaltación de la patria mexicana que se comienza a sentir como una realidad diferenciada de la española; 3. Por la exaltación de las culturas indígenas que lleva a la admiración de todos los aspectos de la vida prehispánica; 4. Por la condenación de la esclavitud tanto indígena como negra; 5. Por el estudio de una nueva filosofía en la que Descartes, Bacon y Galileo ocupan los lugares prominentes; 6. Por la categoría que se da al filósofo de ciudadano del mundo; 7. Por vincular en el pueblo el origen de la autoridad.
Los colegio de jesuitas producirán interesantes modelos de literatura latina, sapientes obras históricas y nuevas corrientes filosóficas renovarán el ambiente en sus estudios. La cultura científica adquiere, en la segunda mitad del siglo, importancia singular. Hombres desinteresados, geómetras, geógrafos, exploradores, creaban una cultura propiamente mexicana. Se apartaban de métodos tradicionales españolas para investigar lo novo-hispano con profundidad y simpatía, con desprendimiento siempre. Los colegios jesuisticos eran, frecuentemente, centro de investigación científica. Representaban dignamente el papel de orientadores y directores de la cultura mexicana en una época en que el Estado se preocupaba muy poco de ello. Un decreto de Carlos III los expulsó del país el 25 de junio de 1767. La expulsión de los jesuitas influye después en los prolegómenos de la independencia de las naciones hispanoamericanas. En esta época se destacan grandes pensadores y estudiosos, además de poetas como el michoacano Diego José Abad quien sorprendido de la expulsión, se radica en Italia; Francisco Javier Alegre, quien nace en Veracruz, radicó en Bolonia luego de la expulsión, además de poeta fue historiador, geómetra e historiador y entre otras obras se le conocen: Historia de la Provincia de la compañía de Jesús en la Nueva España, y Carta geográfica del hemisferio mexicano, el Alexandriados y traduce en versos latinos de la Iliada. El jesuita Rafael Landívar aunque guatemalteco, estaba vinculado estrechamente a México escribió Rusticatio Mexicana y también fue expulsado de la Nueva España. El Padre Francisco Javier Clavijero -también desterrado-, hombre docto, inteligente y sabio que nació, como el Padre Alegre,  en Veracruz, fue un destacado historiador y escribió entre otras obras: Historia antigua de México, Disertaciones sobre la tierra, los animales y los habitantes de México y la Historia de la California, entre otras. El jesuita Andrés Cavo fue un ameno narrador, imparcial cronista y prosador de vena natural y espontánea, expulsado de la Nueva España también, radicó en Roma y se le conocen las siguientes obras: De vita Joseph Julian Parrineri, Havanensis, Roma ex oficina Salomoniana (1792), Historia política y cuvil de México. Otros jesuitas que también es necesario mencionar y que con sus obras enriquecieron la literatura y que al igual que los anteriores fueron desterrados son: Agustín Castro, Agustín Pablo Pérez de Castro, Pedro José Marqués del Rincón, Manuel fabri, Juan Luis Maneiro, Miguel Mariano Iturriaga y Mariano de Echeverría y Veytia. Mientras todos estos jesuitas se refugiaban en otras tierras, en México se cultivan ahincadamente las ciencias y las letras. Iniciaban la formación de la bibliografía mexicana el doctor don José de Eguiara y Eguren, que continuaría don José Mariano Beristáin y Sousa. El estudio de la filosofía moderna lo introduce en la Nueva España el padre felipense Benito Díaz de gamarra, don José Agustín Aldama escribe el mejor tratado de lengua náhuatl producido hasta entonces.
Se presenta por primera vez en México una ópera a la manera italiana, La Parténope, del maestro de capilla de la Catedral don Manuel Zumaya, en una fiesta dedicada al duque de Linares, Virrey de la Nueva España y se organiza el periodismo nacido en los avisos, crónicas y hojas volantes que aparecían de tarde en tarde, dando a conocer los sucesos más importantes acaecidos en el extranjero y en la colonia y que empiezan a salir en forma de gacetas publicadas por el doctor Castorena y Ursúa a fines del siglo XVII y con mayor regularidad por don Juan de Arévalo y Ladrón de Guevara, Bartolache y, mas tarde, por Juan Antonio de Valdés, el verdadero editor de las Gazetas. Hay que citar también a poetas de este siglo: José Luis Velasco Arellano, Juan Arriola, Cayetano de Cabrera y Quintero, Ana Zúñiga, Antonio de Rivadeneyra y y Barrientos, José Lucas y Anaya y Francisco Soria.
En el siglo XVIII, Joaquín Bolaños publica una curiosa narración alegórica del género quevedesco titulada: La portentosa vida de la muerte, el queretano Mariano Acosta Enríquez escribe La levadura del sueño de Sueños. También en este siglo, la reacción neoclásica influye en el arte de imprimir. Los libros pierden su apariencia barroca. Las carátulas son severas. El tipo romano adquiere preeminencia, de austeridad y prestancia a libros como el Theatro Americano de Josef de Villaseñor y Sánchez, abundan los libros de carácter científico, histórico y literario. En este siglo alcanza gran notoriedad la imprenta, íntimamente ligada a la aparición  del  periodismo en Hispanoamérica. La Nueva España fue el primer país que en América tuvo  taller de imprenta, también fue el primero de habla española que vio aparecer revistas en su jurisdicción. El 1º de enero de 1722 apareció la primera publicación de carácter periódico: La Gaceta de México y noticias de la Nueva España, lo redactaba Juan Ignacio de Castorena y Ursúa.
Nuevas corrientes literarias venían de España al principiar el siglo XIX. El gongorismo, el conceptismo, no eran ya sino pálidos reflejos de una escuela que había pasado de moda definitivamente. Uno que otro resabio de culteranismo, sin embargo, en la poesía de esta época, manifestación clarísima del arraigo que había en la escuela de la literatura de la Nueva España. Modas francesas se habían introducido, además,  en todos los órdenes de la vida social, política y artística del reino español. En la Nueva España se dejan escuchar una que otra vez acentos inspirados, emociones sinceras que se destacan de la gárrula palabrería de los versificadores. Si el Diario de los literatos de España había sido el principal divulgador de la nueva escuela literaria, el Diario de México, fundado en 1806 por el historiador Carlos maría de Bustamante lo es en México de la poesía a principios de ese siglo. Destacan con su poesía, el fraile  Manuel Martínez de Navarrete, nacido en Michoacán, empezó a escribir sus primeros versos en Celaya; el sacerdote José Manuel Sartorio, partidario de la Independencia, se negó a predicar contra la revolución en los aciagos días en que el ejército español se disponía a ahogar en sangre el movimiento de emancipación; José Agustín de Castro, sacerdote, además de poesía escribió autos sagrados y piezas de teatro; Muy mexicano y humanista es el poeta michoacano Pbro.  Anastasio de Ochoa. Fue popular en su tiempo como poeta festivo, sus caricaturas de la vida mexicana se publicaban a menudo en el Diario de México para regocijo de los lectores.
La prosa tomaba por modelo al padre Benito Feijoo en su Teatro Crítico; al Pbro. José de la isla en las Sátiras y a don José Cadalso en los Eruditos a la violeta. Había oradores de cierto empuje como Fray Servando Teresa de Mier, se distinguían también José Mariano Beristaín de Souza y el padre Sartorio. La poesía popular se manifestaba en versos que comentaban los acontecimientos de la época o se dirigían a los Virreyes para solicitar de ellos algún favor, o para satirizarlos por alguna disposición dictada en el ejercicio de sus funciones que los propios virreyes se encargaban de contestar como lo hizo Revillagigedo en su despedida a Venegas cuando un mal intencionado  le dirigió esta copla.

   Ni tu cara es de Excelencia
ni tu traje de Virrey.
   ¡Dios ponga tiento en tus manos
No destruyas nuestra grey!

                En la madrugada del dieciséis de septiembre del año de 1810, el cura de la iglesia del pueblo de Dolores, don Miguel Hidalgo, a la cabeza de un puñado de hombres, lanzó, decidido, el grito de rebelión. Los conspiradores eran lectores asiduos de los filósofos franceses. La Enciclopedia se comentaba sigilosamente en todos los círculos sociales. Las tertulias eran, frecuentemente cátedras de ideas filosóficas contrarias al pensar y sentir castizo del pueblo español. En los rincones de las sacristías de los pueblos del interior, en los bufetes de los abogados jóvenes se hablaba con interés de las doctrinas humanitarias de Juan Jacobo Rousseau, sonreían los concurrentes con la sátira envenenada de Voltaire.

(Extractos tomados de las obras: HISTORIA DE LA LITERATURA MEXICANA, de Julio Jiménez Rueda, séptima edición. Primera edición 1928 y séptima ed. 1960; HUEHHUEHTLAHTOLLI, Testimonios de la Antigua Palabra, Miguel León Portilla y Librado Silva Galeana 1991; EDUCACIÓN E IDEOLOGÍA EN EL MÉXICO ANTIGUO, antología de Pablo Escalante 1985.)

No hay comentarios: